CÍRCULO DE CIBERLECTURA
- ÍNDICE
INDICE.-
Noticias.-
Comentario de libros..- «Hipocondría moral». En defensa de la conversación. El poder de la conversación en la era digital.
Webs de interés.- The Center for Contemplative Mind in Society
Artículo comentado.- No time to think.
Vídeo recomendado..- El médico como filósofo natural.»
NOTICIAS
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Fundación Letamendi-Forns:
Curso de Trastornos del aprendizaje (gratuito). Dirigido a profesionales de la salud y de la educación.
https://campusvirtual.fundacionletamendi.com/
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Bioética Complutense. Revista de Junio 2022:
https://www.ucm.es/data/cont/docs/1634-2022-07-29-Bio%C3%A9tica%20Complutense%2043.pdf
COMENTARIO DE LIBROS
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Carrillo N., Luque P. «Hipocondría moral». Nuevos cuadernos Anagrama. Barna 22.
Hipocondría moral es, para los autores, la incapacidad de distinguir entre sentirse culpable y en efecto ser culpable. Apelan para esta definición a E. Fromm (“El corazón del hombre”, 1964), quien establece que narcisista patológico es quien deja de creer en la independencia del mundo externo, centrado exclusivamente en su mundo y poco o nada interesado en los demás. El hipocondriaco sería aquella persona que por el hecho de sentirse enferma cree estarlo, y en este sentido podríamos hablar de narcisismo patológico, pues no distingue que su cuerpo puede albergar una realidad diferente, eso es, ser parte -nuestro cuerpo- de esta realidad que es independiente de nuestra sensibilidad o de nuestras fantasías.
Hipocondríaco moral sería, siguiendo esta lógica, combinaría dos rasgos: creer que es más importante de lo que en efecto es, y por otro lado ser incapaz de “distinguir entre sentir que ha actuado mal y haber actuado de hecho mal” (pág. 23).
“Tal individuo, -y la cita es de E. Fromm- está constantemente preocupado por su culpa en cosas que hizo mal, en pecados que cometió, etc. Aunque al extraño -y a sí mismo- pueda parecerle particularmente concienzudo, moral y hasta interesado por los demás, el hecho es que este individuo solo se interesa por sí mismo, por su conciencia, por lo que otros puedan decir de él, etc. El narcisismo subyacente en la hipocondría física o moral es el mismo narcisismo de la persona vanidosa, salvo que es menos aparente, como tal, a ojos no preparados” (pág 24).
Varios personajes desfilan como portadores de este trastorno. Kathye Boudin, de familia acomodada, se enrola en un grupo terrorista contrario a la Guerra del Vietnam y es cómplice de varios atentados. Para los autores esta mujer en un delirio narcisista cree ser la causa del padecimiento de los desheredados, por lo que también se cree con poderes para enmendarlo. Los autores hablan de “deberes supererogatorios” (pág 27) cuando personas dotadas de poderes especiales se imponen obligaciones acordes a dichos super-poderes. Si me creo responsable del hambre del mundo quizás pueda llegar a la conclusión de que con un acto extremo, (por ejemplo de tipo terrorista), puedo enmendar esta falta.
Los autores califican la hipocondría moral como “típicamente burguesa” (pág 31). Si me acomodo a sentir culpa y realizar actos de contrición, me escabullo de hacer algo concreto y práctico para solventarlo. Sería la oposición entre culpa y responsabilidad.
En la literatura marxista esta oposición entre culpa y responsabilidad acostumbraba a enfatizarse. La culpa parecía un sentimiento accesorio, molesto, propio de gente remilgada que se escudaba en un sentimiento de contrición para ser perdonada en santa confesión. El beneficio de una culpa así entendida es que ahorraba a su protagonista de actuar para reparar el daño causado. Justo lo contrario de la tesis de Carrillo-Luque.
El psicoanálisis, por su parte, atribuía a la culpa neurosis y síntomas somáticos que desaparecían -se “curaban”- en el acto mismo de desvelarla. En el libro que comentamos se va un paso más allá, y se le atribuye a la culpa enfermiza la propiedad de empujar a las personas a actos violentos. Se llega a afirmar que “perseguir el bien a toda costa puede traer consigo una destrucción inagotable” (pág 52).
En el campo de la Bioética, (y en particular cuando hablamos de seguridad clínica), se ha destacado la necesidad de arrumbar con sentimientos culposos para aprender de los errores, repararlos en lo posible y, sobre todo, prevenirlos. Pero la culpa se obstina en hacerse presente en la mayor parte de personas, y deberíamos preguntarnos qué sucede con las pocas personas que no la experimenta… (un aspecto que no aborda el libro, pero que sin duda le daría un vuelco). Lo que sí dice el libro, y resulta interesante, es que la culpa tiene por efecto positivo apartarnos del cinismo. En realidad, el cinismo es una defensa eficaz que impermeabiliza ante la culpa, relativiza todo tipo de sentimiento moral, y nos lleva a un mundo privado donde se pasa de puntillas por todo lo importante. En el fondo detrás de un cínico hay alguien temeroso de contactar con el mundo real, y sobre todo, con el sufrimiento.
Así pues si la hipocondría moral puede conducirnos a actos reparatorios incluso de tipo terrorista, -(deberes supererogatorios, recordemos)- pero también a una conducta de inhibirnos ante una realidad ingrata, (moral burguesa)…. ¿no estaremos incurriendo en una contradicción? ¿No señala una grieta en el análisis que estamos efectuando?
Desde mi punto de vista reducir el análisis de la motivación terrorista a un solo sentimiento moral, (la culpa narcisista), me parece en exceso reduccionista. Influye poderosamente los vínculos interpersonales, el compromiso, ser proclive a aventuras, etc., etc. ¿Sentimiento reparativo por el hecho de que soy hijo o hija de una familia acomodada, como motor de un acto terrorista? Bueno, quizás, un ingrediente más en esta sopa, pero no forzosamente el más importante o el más definitorio. En todo caso el libro se salva cuando afirma que “sentir culpa no es razón para creer que se es culpable. Pero si debería ser razón (…) para examinar (…) nuestra vida” (pág 108). Una lástima que los autores no siguieran ahondando por ahí, porque como he escrito en otro lugar, descubrirían que la culpa es un poderoso regulador de la vida colectiva (1), y si no la tuviéramos de nacimiento, quizás deberíamos inventarla.
No interprete el lector que el libro que analizamos carece de interés. Al contrario, tiene muchos otros recovecos que por falta de espacio no comento, y que sin duda lo hacen de conveniente, -e incluso grata-, lectura. Pero posiblemente el ensayo volaría más alto si los autores no se vieran obligados a rendir tributo a cierto pensamiento marxista. Marxismo y psicoanálisis deben ser conocidos, pero jamás adoptados como gafas para interpretar la realidad. Cuando eso ocurre dejamos de contactar con la realidad y caemos en los prejuicios de estas ideologías. Para poner un par de ejemplos: el marxismo con su testaruda caza al burgués, (lo que le lleva a una visión maniquea del esfuerzo humano, redimido solo cuando el protagonista se confiesa proletario o anticapitalista en versión actualizada); el psicoanálisis con su obsesión de atribuir culpas como causa de eventos que escapan a su comprensión. Resulta curioso ver como psicoanalistas critican la patologización de la vida cotidiana, cuando precisamente el psicoanálisis percibe trastorno donde, un alma más caritativa, vería tan solo esfuerzo adaptativo.
Uno quisiera para los pensadores jóvenes, como Carrillo y Luque, que volaran con la máxima libertad, y si inevitablemente cayeran en prejuicios, (muy humano), que al menos fueran los de su época histórica. Resulta paradójico para mi generación ver cómo intelectuales jóvenes regresan a Marcuse, Althusser, Lacan, cuando “los viejos del lugar” los damos por amortizados, y tantos otros pensadores más actuales les aportarían aire fresco. Pero no refunfuñemos con aires de superioridad: el libro tiene más aciertos que errores, y su lectura a buen seguro será inspiradora.
Francesc Borrell
Sant Pere de Ribes
1.- Borrell F. Ética de la seguridad clínica. Contribuciones desde la práctica médica. Medicina Clínica. Vol. 129. Núm. 5. páginas 176-183 (Junio 2007) DOI: 10.1157/13107794
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Turkle S. «En defensa de la conversación. El poder de la conversación en la era digital«. Ático de los libros, Barna 2019.
Una cena con amigos y…. los móviles permanecen encima de la mesa. Por fortuna están callados, aunque de vez en cuando suena una campanilla, o una vibración, que anuncia un mensaje. Sin embargo, el propietario del móvil afectado no se inmuta. Si el aviso fuera de familiares próximos el sonido de la alarma se lo indicaría, y entonces con toda seguridad lo atendería. La conversación fluye con normalidad porque, entre otras razones, los comensales tienen cierta edad… Si fueran adolescentes posiblemente la dinámica sería distinta. Tal parece que los jóvenes no soportan separarse de sus amigos virtuales ni un solo instante. Hay una suerte de código no escrito por el cual tienen que responder a un mensaje casi de manera inmediata. ¿Distorsionan los móviles la manera de tratarse de los jóvenes, la manera de establecer una relación de amistad, o una relación romántica?
Turkle, psicóloga especializada en nuevas tecnologías, así parece opinar. Desde su punto de vista una conversación a través de alguna de las aplicaciones existentes, para nada equivale a una conversación cara a cara. Las conversaciones presenciales exigen un grado de atención a muchos detalles verbales como no verbales, que modifican notoriamente el significado de lo que deseamos decir. Los silencios también son expresivos. Aunque tienen un grave problema, a los ojos de la juventud: no se pueden editar. Lo dicho… dicho está.
El libro que comentamos, 565 páginas si incluimos los índices, desgrana de manera minuciosa y, para mi gusto, en ocasiones de manera excesivamente repetitiva, diferentes aspectos de las relaciones humanas, sometidas a las nuevas tendencias tecnológicas. En el apretado resumen que les presento voy a guiarme por algunas preguntas que les invito, en primer lugar, a contestarlas sin leer las opiniones de Turkle:
*¿Ayudan las redes sociales a conocernos tal como somos?
*¿Nos ayudan a nuestro desarrollo como personas, y, sobre todo, a ser más empáticos?
*¿Distorsionan la vida familiar?
*¿Y la vida de pareja? ¿No resulta acaso ventajoso poder escoger entre múltiples opciones a nuestra media naranja?
*¿Qué consecuencias tiene en el mundo académico y de la educación?
*¿Y en el laboral?
*¿Y en el ágora pública?
Veamos lo que nos dice Turkle:
*¿Ayudan las redes sociales a conocernos tal como somos?
Pues no. Excesivo postureo, excesivas ganas de gustar, excesiva adicción a los “like”…. Incluso cuando una persona se muestra extremista en algún aspecto, selecciona entre sus seguidores gente con el mismo tipo de ideología, y se cierra un círculo de mutuo refuerzo.
*¿Nos ayudan a nuestro desarrollo como personas, y, sobre todo, a ser más empáticos?
Por lo general no…. Los jóvenes prefieren la red social a la conversación cara a cara porque pueden repensar sus intervenciones, e incluso muchas veces se asesoran con amigos antes de enviar una contestación. En palabras suyas, pueden “editar” sus intervenciones. En principio esto podría ser una ventaja, sería la consabida recomendación de contar hasta 5 antes de “explotar” ante determinadas situaciones. Pero en la práctica, según la autora, lleva a cierta fobia social, a evitar conversaciones cara a cara, y la pérdida más importante es lo que llama serendipia intelectual. Entiende por serendipia intelectual las ocurrencias que surgen en una conversación relajada entre dos o más personas. Muchas innovaciones en las empresas surgen de esta serendipia, de este azar, de este cruce de perspectivas a veces tan disimilar ante los mismos hechos.
Ahora bien, las redes sociales también ofrecen la oportunidad de presentarnos un cierto avatar de lo que somos. O simplemente devuelven el eco de nuestra imagen pública, y por este avatar, por este eco, podemos intuir lo que los demás piensan de nosotros. Esta sería una oportunidad de reflexión que no podemos obviar. Véase el apartado “nunca subestimes un objeto evocatorio”. En esta línea existen App con Inteligencia Artificial que interactúan con los usuarios dándoles consejos o entreteniéndoles. Posiblemente llenan un espacio de soledad y, por qué no, dependiendo del programador pueden tener una influencia positiva sobre la vida de las personas. La autora destaca en este sentido el esfuerzo de algunos programadores para superar los efectos tóxicos de los “like” y apostar por ofertas que promuevan el bienestar de las personas, por ejemplo valorando las App por el beneficio a nuestra felicidad (pág 482).
*¿Distorsionan la vida familiar?
Depende de su uso, pero por desgracia en estos momentos hacen más daño que bien. Los móviles se usan en reuniones familiares y sociales como “objetos transicionales”, eso es, objetos que nos llevan a otra dimensión en momentos escogidos, de manera que nos ahorran aburrirnos, o iniciar una relación que intuimos puede tener un primer momento de tensión. El móvil es un espacio seguro, ofrece entretenimiento inmediato, y ante una primera cita o un evento familiar- social, siempre lo tenemos allí para “escapar”. El colmo se produce cuando en un primer encuentro por Tinder (o similar) la otra persona está mas atenta a su móvil que a la conversación. Incluso recibe un nombre: ningufoneo, o en inglés, Phubbing (phone + snubbing, que es “desairar”).
Pero volviendo a la vida familiar debemos procurar “fricción”, lo cual significa muestras corporales de cariño, pero también desacuerdos, negociaciones, mirarse a la cara, interpretar reacciones no verbales…. El móvil permite la ficción de una vida “sin fricción”, o con una fricción comedida, intermediada, estudiada. Pero la vida real no es eso, la vida real es fricción, y si los niños no tienen este aprendizaje, pues no vamos a prepararlos para la interacción social. Sus habilidades sociales quedarán restringidas.
*¿Y la vida de pareja? ¿No resulta acaso ventajoso poder escoger -entre múltiples opciones- a nuestra media naranja?
Las aplicaciones tipo Tinder nos permiten acceder a un auténtico mercado de posibles parejas, con las ventajas de la variedad, la oportunidad, la rectificación más o menos incruenta…. Pero también con la desventaja de relaciones sin compromiso, del “usar y tirar”, el engaño, la presencia de competidores escondidos por todas partes…
Por otra parte facilitan socializar a un coste ínfimo, pero quizás mostramos una falsa personalidad, y nos arrojamos a relaciones presididas por el postureo. Socializar conlleva el precio de adaptarnos a un grupo, a ciertas conveniencias sociales, a tiempos de espera para avanzar hacia una mayor intimidad. Un romance “a la carta” quema etapas que quizás sean necesarias para descubrir a las otras personas en su “naturalidad” y evitarnos encontronazos (y decepciones) futuros.
*¿Qué consecuencias tiene en el mundo académico y de la educación?
Las páginas más interesantes del libro son a mi entender las dedicadas al mundo de la enseñanza, no en vano Turckle es profesora del MIT, (pág 271 y ss.).
Turkle piensa que los móviles han condicionado a muchos jóvenes en tres direcciones:
a) por un lado la brevedad de los mensajes; seis minutos puede ser un límite temporal para pasar a otra cosa.
b) los mensajes deben ser entretenidos.
c) y los jóvenes se acostumbran a la multitarea. Mientras están en una clase despachan su correo, chatean…
No puede descartarse el uso constructivo de los móviles, por ejemplo enviando retos a los alumnos, o permitiendo que voten opciones a través de aplicaciones ad hoc. Sería lo que llama “aula fusión”. Pero este posible beneficio se ve ensombrecido por la mucha dispersión de la atención, una dispersión que impide fijar conceptos, ordenar eventos, etc. “la cultura debe renovarse en la mente de los miembros de cada generación. Si externalizamos la memoria la cultura se marchita y perece”, cita de Nicholas Carr (pág 289).
Nuevamente aparece el concepto de “roce” o “fricción”: los estudiantes evitan las sesiones de tutorización, sesiones para ella imprescindibles: “aprender cómo piensa otra persona, apreciar una personalidad intelectual y reflexionar sobre cómo seria desarrollar una propia es una de las maneras mas intensas de construir una educación universitaria. Cuando escuchamos a alguien nos imaginamos cosas acerca de esa persona y las deseamos también para nosotros” (pág 304).
En realidad leyendo estas páginas me percato de que Turkle regresa al viejo manuscrito de W. James cuando afirma que la verdadera tarea del profesor es valorar y dar retroacción positiva a sus alumnos, en conversaciones significativas, eso es, en el roce del cara a cara. Algo que por cierto ya son muchos los profesores universitarios que también evitan, y substituyen por un chat o un campus virtual.
*¿Y en el laboral?
No hace falta tener mucha imaginación para intuir que Turkle es contraria a la Oficina Virtual, o en casa, y aún más a esta suerte de oficinas donde los trabajadores construyen su espacio de trabajo en cualquier esquina de un loft o un gran salón. Las reuniones virtuales carecen par Turkle de la fricción necesaria para genera serendipia intelectual (ver más arriba el concepto), y las empresas pierden capital intelectual, compromiso e incluso lealtad a los proyectos.
Quizás una manera de evitar este desastre sería que tras una reunión virtual cada participante emitiera un resumen telegráfico de lo que ha entendido como más importante de la reunión. Pero las empresas además se encuentran ante la tesitura de contratar jóvenes que no saben conversar cara a cara, que se distraen con la multitarea, (imposible de controlar cuando las reuniones son virtuales), de atención frágil y torpes redactando u ordenando sus propias ideas. Quizás una selección de personal basada en estas habilidades obligaría a los jóvenes a recentrar su preparación intelectual, como también favorecer espacios de trabajo personalizados en oficinas físicas, y reuniones presenciales.
*¿Y en el ágora pública?
Turkle introduce una idea interesante: la privacidad es necesaria para sentirnos libres, para elaborar ideas contrarias a las prevalentes o aceptadas por la sociedad, y por consiguiente debe protegerse como valor primario de las sociedades democráticas. Ahora bien, no podemos ser ingenuos: la privacidad en un mundo como el actual no será nunca la privacidad del siglo pasado.
Tampoco nuestra relación con los demás y con los objetos virtuales, (incluyendo aquí la Inteligencia Artificial y los robots), será la misma. La mera preparación para interactuar con Apps, o con robots, supone redefinir prioridades, mostrarnos de una determinada manera….
¿Qué podemos hacer para mejorar nuestras habilidades conversacionales? (pág 412 y ss.)
-Recordar que nuestro teléfono es poderoso. No lo minusvaloremos ni minusvaloremos el tiempo que pasamos mirándolo.
-Disminuir la velocidad. Cantidad no significa calidad, sobre todo en tareas como la investigación, educación, sanidad, etc. Ojo con la multitarea, (atender el correo mientras estamos reunidos).
-Proteger nuestra creatividad. Tomarnos tiempos para estar tranquilos y pensar con “serendipia intelectual”, (ver más arriba).
-Crear espacios sagrados para la conversación. Aplicarlo sobre todo con nuestros hijos y seres queridos.
-Hablar con gente con la que no estás de acuerdo.
-Ley de los 7 minutos: antes de este tiempo no formarnos un juicio sobre una conversación concreta.
-El mundo que nos rodea, las personas que nos rodean, no las podemos asimilar a una App, ni asimilar las conversaciones en estrictos términos de utilidad. No todo tiene un sentido o un uso inmediato, o un significado exacto.
-Aprende de los momentos de fricción, (encuentros cara a cara).
-Recuerda lo que sabes sobre la vida.
-Evita pensar en términos dicotómicos.
COMENTARIO CRÍTICO
En una sociedad moderna hay muchas diferentes maneras de usar y manejar la tecnología. Turkle menciona los gurúes del propio Silicon Valley contrarios al uso intensivo de las móviles, así como algunos jóvenes que están “de vuelta”, pero parte de la base de que una mayoría de jóvenes usa el móvil de manera intensiva. Tal vez sea cierto para cierta juventud, pero no para “toda” la juventud. Personalmente creo que el libro acentúa muchas desventajas de las nuevas tecnologías, pero es parco en denotar ventajas, que las hay y son relevantes. Tampoco considera un modelo en que la sociedad estaría aprendiendo a lidiar con estas nuevas tecnologías, limitando su uso a los niños, o educando a los jóvenes en nuevos ámbitos de libertad. Desde mi punto de vista la sociedad en su conjunto está inmersa en un proceso de aprendizaje masivo, y no podemos tomar como desventajas lo que puede ser torpeza episódica.
El libro resulta en conjunto entretenido, aunque repetitivo en argumentos. Sobran 100 páginas, pero hay que reconocer que tiene frases afortunadas. El mensaje general es un toque de atención muy necesario: hay que reconocer que las conversaciones cara a cara no han pasado ni pasarán de moda. Pero el libro, a pesar de su extensión, no proporciona pautas para superar la aversión que muchas personas pueden sentir para entablar conversaciones. No me refiero a personas con abierta fobia social, sino a algo mucho más común, cierta reluctancia a coger el teléfono y hablar, o a conversar de manera transparente y efectiva en encuentros profesionales o sociales.
Francesc Borrell
Sant Pere de Ribes
WEBS DE INTERÉS
The Center for Contemplative Mind in Society.
«Contemplative inquiry rests on the sound moral foundations of humility and reverence.»
– Arthur Zajonc
Se definen como un “Hub” de prácticas meditativas diferentes, para que cada persona pueda encontrar aquella que le sea más amable o conveniente, y de tal manera conectarse con otras personas con inquietudes similares. Copiamos de su portal web:
Misión
Conectando a las personas y las comunidades con prácticas transformadoras.
Visión
Nuestra visión está inspirada en estas cinco observaciones.
*La experiencia contemplativa es una expresión humana universal
*El «momento de silencio» es una práctica contemplativa universal del mundo
*Las «grandes tradiciones» tienen una dimensión contemplativa o mística
*Las prácticas contemplativas reflejan caminos para el desarrollo de la conciencia humana
*La práctica profunda hace madurar el corazón humano
Las prácticas de meditación que incorpora este “Hub” son las siguientes:
Pablo Oliveras
Murcia
ARTÍCULO COMENTADO
«NO TIME TO THINK: Reflections on Information Technology and Contemplative Scholarship».
David M. Levy. The Information School University of Washington dmlevy@u.washington.edu Prepublication Version December, 2007 The final publication (DOI 10.1007/s10676‐007‐9142‐6) is available online at http://www.springerlink.com/content/q5154248132321tn/. It will also appear in print in Ethics & Information Technology 9(4) 2007.
La introducción masiva de las tecnologías digitales ha acelerado la historia, la historia de cada uno pero también la Historia en mayúsculas. Por un lado, tenemos acceso a un volumen masivo de información, y por otro, compartir ideas, experiencias, oportunidades, nunca había sido tan fácil. Pero como resultado, se espera que todos nosotros que completemos más tareas en un menor tiempo. La multitarea se ha vuelto un estándar: leemos el correo mientras atendemos a una reunión on-line, y tratamos de leer gráficos mientras atendemos a una conferencia….
Y aunque las nuevas tecnologías hacen que sea notablemente eficiente y fácil buscar información y recopilar textos potencialmente relevantes en una gran variedad de temas, no tenemos el tiempo ni la formación necesarias para absorber y dar sentido a todo lo recopilado. Umberto Eco ya había detectado lo que él llamaba “el síndrome de la fotocopia”, a saber, pensamos que hemos leído y asimilado un artículo por el hecho de haberlo fotocopiado, (o en el caso actual haberlo archivado en formato pdf).
Los autores concluyen que “ a veces parece que la vida contemporánea se construye para obstruir el pensamiento creativo, ya que este tipo de pensamiento menos rutinario suele entenderse como enemigo de la productividad”. Se eliminan espacios de conversación, tan necesarios para crear serendipia intelectual, (ver más arriba este concepto de Turkle, que no es otro que aprovechar las ocurrencias que una conversación pausada puede ofrecernos). Los autores creen también que “las universidades están reflejando estas tendencias sociales, en lugar de resistirlas y ofrecer alternativas”, una afirmación que a mí me parece más dudosa.
Pablo Oliveras
Murcia
VIDEO RECOMENDADO
El Médico como filósofo natural. –
Unamuno afirmaba que las profesiones cincelan nuestra manera de ser. Y quizás también, añadimos nosotros, nuestra manera de pensar. En este video presentado en el Congreso de Salud Pública celebrado en Barcelona en 2021, el profesor Borrell defiende que los médicos tienen una manera de pensar básicamente pragmática, sobre un soporte de realismo científico. También apuesta por un monismo ontológico junto a pluralismo epistémico. ¿Qué quiere decir esta afirmación? La realidad es única, no hay dos realidades paralelas, (por ejemplo, no hay una realidad espiritual versus otra de tipo material), pero para entender el mundo que nos rodea deberemos aplicar lógicas diferentes, y no será posible adivinar el sentido de los movimientos sociales aplicando saberes de la genética o de la física cuántica.