BOLETIN IATROS, MAYO 2025

Broggi MA  Por una muerte apropiada. Anagrama. Madrid 2013.

“Morir es inevitable, pero morir mal no lo es”.

El libro «Por una muerte apropiada» de Marc Antoni Broggi aborda la compleja temática del cuidado de las personas al final de sus vidas, desde una perspectiva que integra reflexiones personales, consideraciones éticas y recomendaciones prácticas. El autor, un cirujano con experiencia en el trato con pacientes terminales y miembro del Comité de Bioética de Cataluña, se propone estimular la reflexión y aumentar el conocimiento sobre los asuntos relacionados con la muerte para ayudar a que cada persona pueda tener una muerte «apropiada». Este término se entiende no solo como una muerte «como es debido» según ciertos estándares, sino también como un proceso del cual el individuo pueda apropiarse al máximo, acorde a su propio estilo y valores.

Broggi inicia su análisis constatando una realidad dolorosa: a menudo se hace demasiado para posponer la muerte y demasiado poco, y demasiado tarde, para aliviar el sufrimiento que la acompaña. Se toman decisiones poco razonables que privan al moribundo del control sobre sus últimos momentos. El objetivo principal del libro, influenciado por el trabajo del Comité de Bioética de Cataluña, -del que fue Presidente-, es corregir estas actitudes y promover una mejor ayuda para quien se acerca al final de la vida.

Siguiendo la idea de aprender de quienes han sido «sabios y santos», el libro explora diferentes perspectivas sobre la muerte, reconociendo la dificultad personal que implica enfrentarla. La muerte, aunque es nuestro destino natural, a menudo no se percibe como «oportuna» y genera temor al malestar que puede precederla. Existe una esperanza legítima y general de tener acompañamiento y ayuda para mitigar el sufrimiento en ese trance.

Broggi advierte sobre la «ilusión de evitar la muerte», producto de una confianza excesiva en la medicina y la tecnología. Esta ilusión puede obstaculizar el proceso de «morir bien». Reconocer la inexorabilidad de la muerte y prepararse mínimamente para ella es fundamental. En contraposición al miedo, algunos autores y personajes históricos, como Mozart y Quevedo, han mostrado una familiaridad con la muerte e incluso la han acogido con serenidad. Esta «familiarización» es un ejercicio activo que puede ser beneficioso, aunque no siempre fácil de lograr.

• «Desde el enfoque que ahora planteamos, la soledad radical con la que se vive la muerte ya merece un gran respeto. Y si queremos ayudar, debemos evitar cualquier idea generalizadora, demasiado simple y, sobre todo, con excesiva vocación pedagógica. En este sentido hay que considerar críticamente el intento de la mayoría de las religiones o de las filosofías de crear mitos a seguir ejemplificando la muerte de sus fundadores.»

La comprensión del hecho de la muerte cercana requiere una transición desde la confianza en la vida y la salud hacia la aceptación de una situación inexorable. Este proceso puede generar malestar y el deseo de una muerte repentina como evasión. Sin embargo, el miedo exagerado a mirar la muerte de frente no solo dificulta morir bien, sino también vivir plenamente. Es crucial reconocer que, si bien la muerte iguala a todos, el morir nos diferencia profundamente. El objetivo no es enseñar a morir, sino ayudar a que cada cual lo haga a su manera, dignificando la ayuda y adaptándola a lo que cada individuo entiende por “su” dignidad. Esta personalización de lo que cada cual puede entender como “apropiado” y “digno” para él o ella nos permite eludir el concepto genérico de «muerte digna», incómodo por su polisemia.

Nadie puede evitar la soledad radical de la muerte propia, por lo que, en lugar de seguir mitos ejemplificantes de la muerte de figuras religiosas o filosóficas, es más valioso reconocer la singularidad de cada experiencia. Tampoco se trata de minusvalorar ejemplos como la serenidad de Buda y la reflexión de Sócrates ante la muerte. Son ejemplos para hacernos “nuestro camino al andar”, apropiarnos de la muerte. ¿Qué supone apropiarnos de la muerte?  Supone conectar con el núcleo interno de culpa, perdonar y sentirse perdonado, incluso perdonar a la vida misma.

La comunicación juega un papel fundamental en este proceso. El lenguaje es una herramienta útil para relacionarse con la realidad de la muerte. Sin embargo, prepararse para morir va más allá de las palabras; implica un cambio profundo en la comprensión y aceptación. Desde fuera, la mejor ayuda consiste en una escucha atenta y activa, una hospitalidad que valore quién es y quién ha sido el moribundo, y, sobre todo, la compañía.

El libro aborda la importancia de los derechos y deberes en el contexto de la muerte. Las muestras de cariño de los familiares son insustituibles, pero a menudo se requiere también asistencia profesional e institucional. La defensa de la «sacralidad de la vida» históricamente impuso el deber de intentar apartar la muerte a toda costa. Sin embargo, la legislación actual, como la Ley General de Sanidad de 1986 y la ley de «autonomía del paciente», explicita los derechos del enfermo, incluyendo el derecho a la información, la intimidad, la confidencialidad y el consentimiento o rechazo de tratamientos. Nadie puede ser obligado a continuar viviendo contra su voluntad. El consentimiento informado es un concepto clave que asegura este derecho. También se insiste en el derecho a la información como base para la toma de decisiones.

El respeto a la intimidad del moribundo debe ser máximo. El ambiente que rodea la muerte debe ser cuidado de manera prioritaria, permitiendo al enfermo controlar mínimamente su intimidad. La ayuda profesional es también indispensable, y se espera de los profesionales no solo conocimiento científico sino también la capacidad de ofrecer hospitalidad y acompañamiento. La compasión debe ser el motor de la actividad profesional.

El libro dedica un capítulo al Documento de Voluntades, o Testamento Vital. Este documento permite expresar anticipadamente la voluntad sobre los cuidados y tratamientos que se desean o no se desean recibir en caso de incapacidad para manifestarla. Es una herramienta para garantizar un cuidado personalizado y evitar actuaciones no deseadas. Aunque la redacción de estos documentos es menor de lo esperado, proporciona tranquilidad a quien lo realiza. Se recomienda redactarlo para influir en decisiones previsibles o expresar una voluntad general. El documento puede incluir la expresión de valores personales, instrucciones concretas sobre situaciones específicas (incluyendo el tratamiento del dolor y la sedación), el nombramiento de un representante y otras especificaciones. Se subraya la importancia de hablar con los implicados y con quienes deberán defender el documento. Si bien el registro del documento es voluntario, facilita su custodia y acceso. La voluntad expresada puede renovarse y revocarse. Las voluntades anticipadas obligan a ser tenidas en cuenta, aunque con ciertas limitaciones legales y en situaciones no previstas.

En cuanto a las actuaciones básicas, el libro destaca la importancia de evitar el dolor. Ante el sufrimiento, ya no se admite la tolerancia ni la justificación religiosa del dolor. El alivio del dolor es un deber primordial. La sedación se presenta como una medida de confort indicada cuando un síntoma físico o psíquico resulta refractario en el periodo de agonía. Se debe proponer o practicar si hay una demanda clara del enfermo, evitando la precipitación y conociendo su voluntad. Se aborda el concepto del «doble efecto» de la sedación, aceptado éticamente incluso por la Iglesia Católica si el objetivo principal es aliviar el sufrimiento. Paralelamente, es fundamental evitar las medidas inútiles. Lo fútil no está indicado y debe limitarse. La «limitación del esfuerzo terapéutico» (LET) es una decisión importante para una buena ayuda al final de la vida.

Pablo Oliveras

Murcia

Camps V. «Elogio de la duda». Arpa, Barna 2016.

  «Una vida sin examen no es digna de ser vivida»

El libro «Elogio de la duda» de Victoria Camps explora y defiende la actitud dubitativa como un ejercicio de reflexión esencial para la madurez mental, la convivencia civilizada y el progreso individual y social. Camps argumenta que, en un mundo donde las redes sociales y los medios a menudo amplifican reacciones viscerales en lugar del diálogo y el razonamiento, la capacidad de dudar y cuestionar se vuelve crucial. La duda no debe entenderse como parálisis de la acción, sino como una pausa reflexiva para ponderar diferentes perspectivas antes de tomar una decisión.

«Anteponer la duda a la reacción visceral. Es lo que trato de defender en este libro: la actitud dubitativa, no como parálisis de la acción, que también puede llegar a serlo, sino como ejercicio de reflexión, de ponderar los pros y contras…«.

Esta cita introduce la tesis central del libro, definiendo la duda no como inacción, sino como un proceso activo y necesario para una reflexión profunda. La autora busca reivindicar la duda como una herramienta valiosa frente a la impulsividad y para ello se inspira en una rica tradición filosófica que valora el escepticismo y la duda, mencionando a figuras como Montaigne, el gran maestro en el tema, y el escepticismo de los filósofos griegos.

Este cuestionamiento de lo dado y de los tópicos y prejuicios no implica un rechazo automático de lo que puede opinar la mayor parte de personas, sino un examen, análisis y razonamiento para decidir cómo actuar. Camps se hace eco de John Stuart Mill al señalar que la libertad no reside en unirse a la mayoría, sino en examinar si esa corriente de opinión mayoritaria nos convence o es interesante por alguna razón. La «tiranía de la mayoría», como advirtió Alexis de Tocqueville, representa una amenaza a la libertad individual. Pero tampoco se trata de ir a contracorriente “por sistema”.

Camps critica el pensamiento dicotómico que simplifica la realidad en categorías burdas como bien/mal, legal/ilegal, etc.. Estas dicotomías sin matices son inútiles para examinar lo complejo, y situarse en el «sí» o el «no» resulta más fácil porque no requiere argumentación. La duda, en cambio, inquieta y se percibe como un estorbo para la tranquilidad.

La autora destaca que la duda ha sido un motor para el cuestionamiento de la autoridad, como se evidenció en la Reforma Protestante con Lutero desafiando la autoridad religiosa y valorando el juicio individual. El descubrimiento de América también propició una época de desconcierto que alimentó el escepticismo. Este punto de vista escéptico y dubitativo contribuyó a la gestación del individualismo moderno.

Camps subraya que, si bien es importante escuchar diferentes opiniones, la necesidad de los otros no debe impedir la afirmación de la propia individualidad y la madurez que consiste en ser autónomo y pensar por uno mismo. Utilizar la libertad individual para ir a contracorriente es un cometido de la ética. Una ética global debe apoyarse en la moderación, reconociendo la limitación del saber y que nadie posee la razón exclusiva.

La autora establece una analogía entre la duda y la tolerancia: ambas son positivas hasta cierto punto, pero no absolutas. No se puede dudar de todo ni empezar de cero constantemente, ya que existen logros de la humanidad que no deben ser revisados por completo. Las grandes palabras, aunque parezcan vacías, ofrecen pautas de conducta y fuerzan a razonar. Contra los dogmas y prejuicios, es necesario esgrimir los valores ilustrados, que son universales precisamente por ser abstractos y requieren interpretación para su aplicación práctica, introduciendo una dosis de relativismo.

Camps lamenta la complacencia con el statu quo y la falta de cuestionamiento en una sociedad marcada por la economía de consumo. Cita a Sócrates, quien afirmó que «una vida no examinada no es digna de ser vivida». La filosofía, la literatura, el arte y la música tienen la capacidad de generar perplejidad, sembrar desconcierto y estimular la curiosidad. En definitiva, introducen complejidad en una existencia inherentemente humana y, por lo tanto, no simple.

La autora explora la figura de Ismene, hermana de Antígona, quien representa la duda frente a la rebeldía de su hermana. Recordemos que Antígona es la única capaz de desafiar al tirano Creonte y la ley de la polis para poder dar sepultura a su querido hermano Polinices. Ismene le sugiere prudencia, y por ello a menudo vista como miedosa, precisamente por encarnar una actitud dubitativa y prudente. Camps relaciona esta actitud con la phrónesis griega, la regla del intelecto que busca la respuesta más justa en cada caso.

Se introduce la paradoja del asno de Buridán -aquel asno que no sabía de cuál saco de paja comer- para ilustrar el peligro de la parálisis que podría derivar de una actitud permanentemente instalada en la duda. Sin embargo, Camps defiende la duda como un elemento positivo para la madurez mental y la convivencia, capaz de agitar juicios y eliminar prejuicios. Descartes utilizó la duda metódica no para permanecer en ella, sino como herramienta para razonar bien. Montaigne, aunque más inclinado a asentarse en la duda que Descartes, también advirtió que el acto dubitativo no debe impedir la necesidad de actuar.

Camps contrasta la duda cartesiana, que buscaba una verdad científica y universal, con la duda de Montaigne, centrada en su propia verdad a través del autoanálisis. Para Montaigne, el autoconocimiento es el ejercicio más saludable. La autora destaca la desconfianza de Montaigne en el poder absoluto del intelecto para encontrar una verdad objetiva, prefiriendo una tarea más modesta que parte de la contradicción inherente al ser humano.

Camps menciona el anhelo humano de certezas inquebrantables, a pesar del discurso posmoderno del «pensamiento débil». La ética contemporánea, descrita como una «ética sin atributos», se fundamenta en la autonomía del sujeto racional y en valores abstractos y laicos, lo que genera inseguridades e incógnitas. Esta ética difusa, sin embargo, no es escéptica ni inhibe la acción, sino que parte de convicciones claras pero amplias como la justicia, la paz y la solidaridad, manteniéndose abierta al diálogo para definir su contenido.

La autora señala la proliferación de dicotomías y la tendencia a moverse hacia los extremos, donde las posiciones se simplifican sin necesidad de matices ni razones. Contra la complacencia con el statu quo, Camps enfatiza la necesidad de preguntarse, analizar y cuestionar, y la importancia de la moderación como virtud básica, siguiendo la ética aristotélica del «término medio». La prudencia, que implica ponderar, deliberar y contrastar opiniones, es fundamental en la democracia. La autora cita a Albert Camus, quien afirmaba que si existiera un partido de los que no están seguros de tener razón, ése sería el suyo, resaltando la importancia de la modestia intelectual.

Finalmente, Camps reflexiona sobre la naturaleza de la verdad y el papel del lenguaje. Reconoce la tensión entre la voluntad de descubrir la verdad y la desconfianza generalizada hacia esa posibilidad. La autora sugiere que, si bien nuestras representaciones de la realidad se nutren de ficciones y el conocimiento es limitado, esto no impide la búsqueda de una verdad o legitimidad con un cierto reconocimiento universal, siguiendo la línea de la Ilustración hacia la emancipación.

Pablo Oliveras

Murcia